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domingo, 25 de abril de 2021

¿Para qué serviría Micoyán?

“Siga, siga…, ¡siga pa’l #%&#(@!...”; así decía Micoyán a los que osaban incomodarle en el Liceo de La Habana Vieja, en aquella lejana década de 1970. Pasaba la media hora siguiente lanzando “flores” por la boca a todo pulmón. Si, como dicen algunos, “las palabras malsonantes son elocuentes”, entonces Micoyán era el rey de la elocuencia. Su abanico de acepciones era inagotable, y algunas palabrotas resultaban tan raras que un rato después estaba yo preguntándome qué querría decir aquello.

El pernoctaba en el área en que se jugaba dominó y billar; yo me sentaba a jugar ajedrez, en la sala donde el juego ciencia invitaba a participar en torneos de cierta fuerza. Un día me enfrentaba a un experto nacional de apellido Álvarez; todo un genio. Ambos estábamos ensimismados en el cálculo de algunas variantes en el medio juego alcanzado a través de un Gambito de dama rehusado, cuando veo de soslayo una escena de agitación y violencia. Era Micoyán; a veinte metros de nosotros se estaba tomando un litro de leche, directamente, empinándose, casi verticalmente, el grueso y voluminoso cristal, de un tirón, ¡sin respirar! “Una bestia”, me dije para mis adentros. “¿De qué provincia será este viejo?”.

Terminé por hacerme un día la pregunta errónea que algunos nos hacemos respecto a un congénere: “¿Servirá para algo el viejo Micoyán?”.

Un día a la ancianita Marcia se le quedó la llave de la puerta dentro del apartamento. Ella lloraba desconsolada. La cocina de gas estaba encendida. Se presumía un desastre. ¿Cómo hacer? Era un tercer piso. Derribar la puerta no parecía práctico. A nadie se le ocurría nada. Yo tenía 15 años, y mi madre me prohibió siquiera pensar en hacer una locura. En medio de esa confusión, apareció Micoyán…

Aquel fornido anciano se fue a los apartamentos que estaban debajo. Pronto los que estaban en la calle vieron asomarse una escalera de frágil madera por el balcón del segundo piso. Micoyán comenzó a escalar; se asió con sus fuertes brazos de la reja del balcón de la anciana Marcia, y en lo que fue un inacabable suspenso, subió intrépido y saltó dentro. Los que estábamos delante de la puerta de aquel apartamento No. 11, vimos de pronto abrirse la puerta, y salir a través de ella, sonriente y triunfal, al viejo Micoyán.

Nunca he olvidado la escena. Creo que nunca más me he vuelto a preguntar si alguna persona, por gastada u hosca que parezca, sirve para algo. Como escribió Isabel Allende: “Todos tenemos una reserva de fuerza interior insospechada, que surge cuando la vida nos pone a prueba” (1). Cuando, en un ser humano, tal reserva aflora, todos nos admiramos.

Gracias a Dios por el viejo Micoyán. Fue admirable aquella tarde.

 

 

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(1) Francis Castell. Psicología y mente. “Las 70 mejores frases de Isabel Allende”. https://psicologiaymente.com/reflexiones/frases-isabel-allende Accedido: 23 de febrero de 2022, 7: 45 p.m.





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