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martes, 27 de abril de 2021

El penoso recuerdo de las cosas incompletas

Qué mal sabor dejan las cosas incompletas. Desde casas a medio pintar hasta proyectos de investigación; desde sillas casi arregladas hasta libros que no pasaron de ser meros bosquejos, qué mal recuerdo dejan. Es la pesada memoria de lo incompleto, de aquello que quedó entre sueños y no pudo venir a la vida.
Tales cosas se acumulan peligrosamente en el recuerdo y hacen con el tiempo penosas exigencias. Suelen deprimirse los ancianos; ya sabe por qué...
Una de las maestras de escuela dominical que tuve de niño en la Iglesia Metodista se llamaba Margarita. Tendría unos quince años, y a nosotros que teníamos cinco o seis, nos parecía un adulto mayor. Ella decía un día, en la clase: "Cuando ustedes comiencen algo termínenlo. Si empiezan a arreglar un sillón o una mesa no la dejen a medias; terminen de arreglarla"; y sentenciaba, finalmente: "Termine lo que comience". A más de medio siglo todavía lo recuerdo. ¿Es usted de los que dicen que las clases que se le dan a los niños en las iglesias estos las olvidan? ¿De veras lo cree? Bueno..., sí que recuerdo aquel sabio consejo. Se quedó en nuestros corazones. Por años me pareció que aquellas palabras estaban trazadas en la dirección de dar orden a la vida y de cultivar un sano sentido de respeto propio, pero andando los años uno ve algo más, y es la prevención del mal sabor que dejan en el recuerdo las cosas incompletas. Estas son como fiscales, y nos acusan perennemente. Nos hacen convictos bajo cargos de fracasos. 
Cuánto tiempo se pierde. Cuántas cosas quedaron por hacer. Muchas veces no dependió de nosotros, faltaron recursos, los materiales a usar estaban incompletos, cayeron las finanzas, se produjeron accidentes; nos tuvimos que detener y todo se perdió. Otras veces lo que nos faltó fue carácter. Se diluyó el tiempo en el ocio. A fuerza de repetir aquel juvenil "hay que despejar", muchos despejaron la vida.
Perdonar es un necesario aprendizaje. Lo enseñó Jesús: "Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno" (Mr. 11: 25). Cuando pensamos en tal cosa vienen de inmediato los recuerdos de las ofensas que nos hicieron otros. Es necesario aprender a perdonar y quitar ese fardo del corazón, pero aprender a perdonar tiene otra dimensión: es esa que tiene que ver con el llegar de un momento en la vida en que tendremos que perdonarnos a nosotros mismos. Seremos dura e inflexiblemente acusados, en el peor de los tribunales que es nuestro propio corazón, por las cosas incompletas que dejamos atrás, por el talento desperdiciado, el árbol que no sembramos, los libros que no leímos y los minutos en que pudimos arreglar tantos daños que trajimos al corazón de los demás, y no lo hicimos. 
Créame, llegará ese día. Ojalá y para entonces hayamos aprendido a perdonar. Mientras ese minuto llegue sea fuerte, y termine lo que comenzó. 
"Sea la luz de Jehová nuestro Dios sobre nosotros, y la obra de nuestras manos confirma sobre nosotros. Sí, la obra de nuestras manos confirma" (Sal. 90: 17).


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