La predicación, en este primer período de la vida de la iglesia giró en torno a la vida y persona de Cristo. A diferencia de la predicación moderna que, por lo general, usa el desarrollo lógico de algún asunto, o la exposición ordenada de un texto, o una perícopa bíblica, la predicación apostólica fue esencialmente la narración de la vida y obra de Jesús, incluyendo su resurrección. Ésta terminaba con un llamado al arrepentimiento y a la fe en su nombre.
La predicación apostólica tenía también un fuerte contenido bíblico. El Nuevo Testamento no estaba completado a las alturas de esos tiempos, pero los sermones se desbordaban con citas y profecías del Antiguo Testamento. Pedro introdujo su mensaje en Pentecostés con una extensa cita del libro del profeta Joel (Jl 2:28-32; Hch 2:17-20), e hizo otra cita de los Salmos para demostrar la promesa mesiánica de la resurrección (Sal 16:8-11; Hch 2:25-28). El discurso de Esteban, primer mártir de la iglesia fue todo un recuento histórico acerca de la evolución de la incrédula nación judía, que terminó por rechazar el señorío de Cristo (Hch 7).
En general, el peso de la predicación se proyectaba sobre la necesidad de creer en el Mesías resucitado, y en la urgencia del más completo arrepentimiento personal y nacional, en consecuencia, se recibiría el Espíritu Santo (2:38). La predicación iba acompañada de suficiente instrucción, lo que hacía que el número de los creyentes se multiplicara exponencialmente; éstos permanecían estrechamente unidos en un mismo conocimiento y acción (Hch 2:42).
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Inspirado en: Merrill C. Tenney. Nuestro Nuevo Testamento: Estudio panorámico del Nuevo Testamento. Edición revisada y aumentada. Grand Rapid. Michigan. Editorial Portavoz, 1989, p. 285.
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