“El infortunio hace hermanos”. Así escribió el más férreo hombre de la guerra, Máximo Gómez Báez, General en Jefe del Ejército Libertador de Cuba, a María Cabrales de Maceo, en expresión de pésame a la caída en combate de su esposo, el Lugarteniente General Antonio Maceo y Grajales, el 7 de diciembre de 1896. Circunstancias especiales habían ensombrecido más aquella muerte: al lado del general Maceo, había perecido, por decisión propia, un hijo del general Gómez, Francisco Gómez Toro. Por más que los oficiales cercanos a Máximo Gómez le instaban a desechar los rumores que corrían acerca de aquella sacudidora pérdida, este sentía que era cierta. Finalmente se comprobaron los hechos. Este es el contexto y la razón de aquellas palabras, expresadas en una sentida carta que aprendí de memoria, a fuerza de leerla en los textos escolares, siendo niño. Tuvo en mi generación, para aquellos lejanos tiempos en que el orgullo de un hombre era su hombría, un efecto formador, porque general alguno escribió jamás una carta más viril.
Se rubricó en un campamento militar, y es todo un referente del más alto respeto civil. Vino de la mano de un hombre áspero, parco en elogios, y está cargada de la más honda sensibilidad humana. General entre generales, al mando del más rudo y desarrapado ejército, intolerante en límites extremos, subordina los aciagos vaivenes de aquella cruenta guerra a los designios de la Alta Providencia, ante la que más de una vez enfundó la fría hoja de su acero, e inclinó su frente.
Fue grande ese día aquel a quien con justicia la historia le llamará, sin más nombres, “el Generalísimo”.
Enero 1ero. de 1897
Sra. María Cabrales de Maceo
Costa Rica
Mi buena amiga:
Nuestra antigua amistad, de suyo íntima y cordial, acaba de ser santificada por el vínculo doloroso de una común desgracia. Apenas si encuentro palabras con qué expresar a usted la amarga pena y la tristeza inmensa que embargan mi espíritu. El general Antonio Maceo ha muerto gloriosamente sobre los campos de batalla, el día 7 del mes anterior, en San Pedro, Provincia de La Habana. Con la desaparición de ese hombre extraordinario, pierde usted el dulce compañero de su vida, pierdo yo al más ilustre y al más bravo de mis amigos y pierde en fin el Ejército Libertador la figura más excelsa de la Revolución.
Hay que acatar, mi buena María, los mandamientos irrevocables del Destino. Ha muerto el general Antonio Maceo en el apogeo de una gloria que hombre alguno alcanzó mayor sobre la tierra, y con su caída en el seno de la inmortalidad, lega a su patria un nombre que por sí bastaría, ante el resto de la humanidad, para salvarla del horroroso estigma de los pueblos oprimidos. A esta pena se me une, allá en el fondo del alma, la pena cruelísima también de mi Pancho, caído junto al cadáver del heroico guerrero y sepultado con él, en una misma fosa, como si la Providencia hubiera querido con este hecho conceder a mi desgracia el triste consuelo de ver unidos en la tumba a dos seres cuyos nombres vivirán eternamente unidos en el fondo de mi corazón.
Usted que es mujer; usted que puede, sin sonrojarse ni sonrojar a nadie, entregarse a los inefables desbordes del dolor, llore, llore, María, por ambos, por usted y por mí, ya que a este viejo infeliz no le es dable el privilegio de desahogar sus tristezas íntimas desatándose en un reguero de llanto.
El infortunio hace hermanos. Hágame el favor, María, de creer que fraterniza con usted en toda la amargura de su soledad y de sus sufrimientos su affmo. amigo,
Máximo Gómez (1)
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(1) Ministerio de Educación de Cuba (MINED). Libro de lectura. 1970. S.p.
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