El evangelio según Marcos tiene un lenguaje directo, claro y certero, lo que representaba un estilo adecuado para apelar y conmover a la mente romana que comúnmente se impacientaba frente a disertaciones abstractas o literarias. Omite Marcos, de hecho, en la redacción, el Sermón del Monte y la mayoría de los discursos extensos. La balanza se inclina por completo en Marcos en favor de lo que el Señor hizo, y no de lo que dijo.[1]
Se encuentran muchos latinismos en su estructura, tales como modius en lugar de “almud” o “celemín” (4:21), census por “tributo” (12:14), speculator por “uno de la guardia” (6:27), o centurio por “centurión” (15:39, 44, 45), entre otros. Para la mayor parte de estos términos había equivalentes griegos. Según parece, Marcos los usó porque eran más comunes o familiares en su contexto.[2]
El dinamismo de Marcos es notable y plausible. El capítulo 1 del Evangelio de Mateo se enfrasca en las genealogías; Lucas 1, por su parte, recrea los pasajes navideños; Marcos, sin embargo, en el capítulo 1, presenta a Jesús echando fuera demonios (Mr 1:24). Avanza este evangelio, en el ministerio de la vida pública del Señor, a una velocidad meteórica. Da una notable preeminencia al poder sobrenatural de Jesús.
Este evangelio hace poco énfasis en leyes y costumbres judías. La evidencia interna del Evangelio de Marcos satisface perfectamente la tradición externa respecto a que el lugar de su publicación fue Roma. Tuvo por objeto la evangelización del laico dotado con la mentalidad práctica del ciudadano romano.[3]
[1] Merrill C. Tenney. Nuestro Nuevo Testamento: Estudio panorámico del Nuevo Testamento. Edición revisada y aumentada. Grand Rapid. Michigan. Editorial Portavoz, 1989, p. 199.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
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