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miércoles, 11 de julio de 2018

Mireya González Núñez. Una vida de servicio

Mireya González Núñez
Imagen tomada por el autor
A mediados de 1953 era frecuente ver a una dama, casi a diario, andando de paso por la anchurosa calzada de Infanta, en el corazón de La Habana, Cuba. Al llegar a la intersección que esta avenida hace con la calle Santa Marta, se detenía. Asombrada, asistía con sus ojos a la colocación de enormes balsas de madera, que suplían el cimiento de un edificio en construcción; éste parecía destinado a flotar en un inhóspito pantano. Se construía allí un templo. Hasta abril de 1954, en que se inauguró, aquella dama siguió con curiosidad la elevación de su estructura. Nunca pensó que allí se vaciaría su vida de servicio a Dios. Es la historia de Mireya González, una de las columnas más esforzadas de la Iglesia ‘de Infanta’, Templo madre de las Asambleas de Dios en Cuba.  
Nació esta líder el 27 de septiembre de 1924. Vivió la niñez difícil de aquella década sombría que abrió sus fauces para tragar al mundo con la llamada ‘gran depresión’. En este contexto creció. Sintió de niña el suave susurro de su Creador. Distaba en mucho aún el momento de su conversión, que llegaría en julio de 1968, bajo el ministerio de Josefina Rodríguez, presidenta de los jóvenes y diaconisa de las Asambleas de Dios en los Estados Unidos. De ella recibió su primera Biblia. “Yo quería tener una Biblia porque quería que Dios me hablara. Él lo hizo y recuerdo como los cristales de mis espejuelos se empañaban de lágrimas”, recuerda Mireya.
Recibió el bautismo en el Espíritu Santo en 1971, en el contexto de una campaña de Dagoberto Janes, Leovigildo Cuellar y los inolvidables Tren y Vasconcellos. 

Vasconcellos se lanzaba de la plataforma con la Biblia abierta —recuerda Mireya— y se subía en un banco gritando ¡Jesucristo está aquí! Era un clima de ardiente fe. Los aires se cargaban con la presencia de Dios.  Niños de cuatro y cinco años rompían el orden y comenzaban a hablar en nuevas lenguas. Descendí al sótano, y en aquella atmósfera de poder y amor, recostada a una de las columnas del edificio, Dagoberto Jane oró por mí. Me encontré de pronto hablando en nuevas lenguas.

Así nos narra en dulce remembranza.
Pronto comenzó a usarle el Señor. La inolvidable diaconisa local Rafaela (Ela) Mendoza la nombró maestra para las edades entre 0- 6 años, en enero de 1971, función en la cual se mantuvo hasta el final. “No soportaba a los niños, pero propuse en mi corazón servirles”, y agrega: “Cuando vas a construir un edificio se debe empezar por la zapata y los dados. Cuando se va a construir una iglesia se debe comenzar por los niños”.
En 1974 pasaría por la tremenda prueba de la viudez. Tenía solo cincuenta años. Su hijo de treinta le acompañaría en lo adelante. Propuso en su corazón usar, desde entonces, todo su tiempo para el Señor.
Sus energías se volcaron en la enseñanza. Resaltan en la historia, entre sus alumnos, los hijos de muchos pastores como Benjamín de Quesada, Rubén García, Abimael Rodríguez y Octavio Ríos; agréguense los nietos de Jaime Rodríguez, que fue a un tiempo su pastor.
Cubrió con su ministerio todo el copastorado de la inolvidable Rosita Drake en ‘Infanta’, hasta 1985. A la pregunta de qué significó en su vida, contestó:

Fue en un sentido muy especial mi hermana. En su oído vacié los secretos inconfesos de mi alma. Ella quería que le revelara en la intercesión, pero su ministerio ha sido único en la historia. Le veía de rodillas en el altar… horas enteras, hasta la llegada de aquel momento… aquel momento que recuerdo con temor y respeto reverente…, aquel momento en que se elevaba a Dios —los ojos de Mireya se cargaron de lágrimas—. ¡Su grito eran tan fuerte!... ¡su clamor era tan grande!... Quien no oyó a Rosita Drake gemir no sabrá jamás hasta donde se puede elevar una intercesión en el Espíritu…

Desde lo más humilde en el servicio, como limpiar el templo con sus manos, ¡por dos años!, Dios la elevó a diaconisa, presidenta local de las damas, pastora de su casa culto, directora del grupo de intercesión, consuelo y edificación y maestra principal de niños, entre los cuales cuenta hoy con cuarenta y dos alumnos.
Conoció los pastorados de Abimael Rodríguez (Tito), Hugo Vidal y Jaime Rodríguez. En su hogar se han hospedado decenas de hermanos de todos los rincones de la isla, desde Héctor Pereira hasta Orson Vila.
Como anciana más antigua de la congregación nos legó con amor su texto preferido: “Jehová es mi pastor, nada me faltará” (Sal. 23:1); y nos confesó: “Desde que le conocí nada me ha faltado”.
El 30 de abril de 2018, a los ochenta y cuatro años, con una mente todavía lúcida, sin perder, por las pruebas de la vida, su sonrisa ancha y feliz, el Señor le llamó al descanso eterno.
Es imposible escribir la historia de ‘Infanta’ sin recordarla, porque dejó a su paso la huella indeleble del servicio y el amor en Cristo. 


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