Su eternidad trasciende a todas las preguntas. Su amor infinito envuelve nuestras dudas más profundas. Cuando el alma se agita en lo incomprensible, Dios ministra la paz de Su Ser inmutable, y rutila como un faro en las oscuridades del pensamiento.
En Él, lo que parece confusión encuentra propósito, y el vacío de la incertidumbre se llena con la certeza de Su presencia. Su sabiduría no solo alumbra el camino, sino que da sentido al hecho mismo de andar, recordándonos siempre que, en las manos del Creador, nuestras perplejidades no son sino invitaciones a confiar.
Nada nos desconcierta y ensombrece como ver que somos «un pálido punto azul» perdido en la vastedad de un universo oscuro y vacío. La perplejidad de mirar al cielo estrellado solo termina cuando oímos y creemos las palabras del Señor Jesús, Unigénito Hijo de Dios: «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí» (Jn. 14:1).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su comentario a este artículo se recibe con respeto y gratitud.