PUBLICACIONES, MEDITACIONES, MEMORIAS Y CONSIDERACIONES TEOLÓGICAS E HISTÓRICAS DEL AUTOR
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lunes, 30 de septiembre de 2024
Un acento, y una idea diferente
domingo, 29 de septiembre de 2024
If I can...
sábado, 28 de septiembre de 2024
Martí y Ferrara
José Martí conoció a María Luisa Sánchez siendo esta una niña, en Ibor City, Tampa, y le escribió, en 1891, los bellos versos que aparecen debajo. María Luisa, de padres cubanos, había nacido en Estados Unidos. La pequeña sería más tarde, en la historia, la esposa de Orestes Ferrara, coronel italiano del Ejército Libertador en la Guerra de Independencia; este último tendría un largo historial de diplomático y escritor en tiempos de la República.
A María Luisa Sánchez
No hay en la bárbara guerra
del mundo más que un consuelo:
las estrellas en el cielo
y las niñas en la tierra.
No hay rival de la mañana
con su luz pálida y pura;
mas sí hay rival, tu ternura
pálida niña cubana.
Yo diré, mi niña esbelta,
allá en mi hogar de martirio,
que he visto en Ibor [1] un lirio
con la cabellera suelta. [2]
[1] Ybor City, vecindario histórico en Tampa, Florida, Estados Unidos situado al noreste de Tampa. Fue fundado en 1885 por un grupo de fabricantes de puros dirigido por Vicente Martínez Ybor y fue poblado originalmente por los inmigrantes cubanos, españoles (principalmente de Asturias) e italianos (principalmente de Sicilia), que trabajaron en las muchas fábricas de puros.
[2] Poesías de José Martí. Colección de Libros Cubanos. Director: Fernando Ortiz. Vol. XI. Compilación y notas por Juan Marinello. Habana: Cultural S.A. La Moderna Poesía. 1928, p. 276.
domingo, 22 de septiembre de 2024
El cumplido de un astrónomo
domingo, 15 de septiembre de 2024
sábado, 14 de septiembre de 2024
Solo hay algo más bello que la poesía
sábado, 7 de septiembre de 2024
Ya llegará el tiempo...
No se les inculca a los niños de doce años, como lo éramos entonces, el amor a los libros con El Quijote y La Casa de Bernarda Alba. Son grandiosas producciones literarias, pero su comprensión no está en armonía con la mente de un pequeño. Todos aprendemos a leer mucho antes de madurar, y tales obras no producen sino el rechazo natural que hacemos a lo incomprensible.
La niñez y la adolescencia son los tiempos de Salgari, Dumas o Verne, si es que se quiere despertar el amor a la lectura en esas edades primigenias del intelecto. Hay que desconocer el pensamiento juvenil para tratar de imponer en los programas ─¡aquellos que sufrí!─, La Eneida de Virgilio y la nada leíble Ilíada de Homero. No puede llegar a Shakespeare, en Macbeth, sin pasar por Roger Lancelyn Green, en Robin Hood.
Llene la niñez y la temprana adolescencia de El corsario negro, La Isla misteriosa y El conde de Montecristi, y habrá llenado la vida de pasión por la lectura. Con ella nacerá y vivirá para siempre el amor a los libros.
domingo, 1 de septiembre de 2024
La Cruz
La cúpula del Capitolio de La Habana tiene noventa y dos metros de altura y es la sexta mayor del mundo. Resulta visible desde gran parte de la ciudad. Es un gran referente para todos. De niño, con siete u ocho años, escapaba del hogar y me internaba por las calles de La Habana Vieja, rumbo a los muelles; cruzaba la bahía en la lancha de Casablanca; exploraba las plazas y las vetustas iglesias, con sus parques. Como era de esperar, a cada rato me perdía, y lo tomaba con mucha calma, porque todo se reducía a encontrar el Capitolio. A veces lo veía desde lugares elevados; cuando no lo lograba preguntaba a algún adulto serio, y este me indicaba. ¿Para qué lo hacía? Bueno..., desde el Capitolio sabía regresar a casa.
Avanzando la vida descubrí que hay un referente más importante que aquel Capitolio: es la Cruz; desde ella podría encontrar el rumbo todo de la vida.
La gente, aun en la fe se pierde. Desde la experiencia del menosprecio, la traición, el trato mezquino, hay un punto en que se sienten disueltos los valores y se apaga el deseo mismo de vivir; se pierde el rumbo. En tales momentos la Cruz se levanta como el único referente. Allí se concentró todo el menosprecio del mundo; sobre ella fue reducido a agonía, despreciado y desechado, molido por el más desbordado odio, el Señor Jesús. Él llevó sobre sí el pecado del mundo y en su cruenta muerte nos trajo salvación y vida eterna. Es el Evangelio.
Miremos a la Cruz. El más grande de los hombres murió allí «para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga la vida eterna» (Jn. 3:16).