Mucho se va de entre nosotros con el que muere; con él se deshoja un libro, y se hacen ilegibles sus letras.
En ese abuelo que parte se deslíe una vasta mirada a la vida, una ingente lectura al pasado y un mar de sueños y esperanzas.
En general, la muerte de un anciano es un eclipse, que solo sufren los que saben algo de la luz.
«Murió Samuel, y se juntó todo Israel, y lo lloraron» (I S. 25:1).
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