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domingo, 7 de abril de 2024

Fueron sus lágrimas

Mucho más que las de Jeremías, las lágrimas de David llenan la Biblia; humedecen todavía los salmos que escribió.

Pocas personas impactaron más la historia siguiente de sus pueblos, o llegaron más lejos en respaldo y bendición. A nadie hizo Dios promesas más grandes: «Hice pacto con mi escogido; juré a David mi siervo, diciendo: para siempre confirmaré tu descendencia, y edificaré tu trono por todas las generaciones» (Sal. 89: 3, 4).

¿Dónde estuvo el secreto de aquel inamovible rey? ¿Cuál fue el egregio camino seguido para tan resonante victoria? ¿Sus destrezas militares? ¿Sus hábiles alianzas? «Pasos a seguir», «claves secretas», «métodos para llegar a la meta»; ¿le suenan familiares estas expresiones? ¿Tienen algo que ver con la vida del quien fuera el regio militar y a la par el «dulce cantor de Israel»? (II Sa. 23: 1). ¿Qué le llevó a ser el más grande rey que tuviera tan significativo pueblo? Hay una sola respuesta: sus lágrimas. Frente a los graves desvaríos de su vida, desatinos, mentiras, violencias, ellas expresan una sola cosa: el más genuino arrepentimiento. Este último vino seguido de aprobación, restitución y triunfo.

Tres consecuencias tuvieron para David aquellas lágrimas: «se fortaleció en Jehová su Dios» (I Sa. 30: 6); encontró siempre «el camino de regreso» (Lc. 15: 18); fue aprobado por Aquel que es el único Juez de todas las acciones de los hombres (Gn. 18: 25).

Todos pueden repetir hoy de memoria el Salmo 23, aun los impíos. Sepa, sin embargo, que el hombre que escribió aquellas palabras supo hacer algo más que arrancar del arpa notas liberadoras, lanzar la piedra infalible a la frente de Goliat, derrotar filisteos y amalecitas, o expandir las fronteras de Israel a límites no alcanzados; más allá de esto supo hacer algo determinante: llorar con el más genuino arrepentimiento en la presencia de Dios. Allí fue aprobado.



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