«Dios tuvo un Hijo, y fue misionero». Así dijo un día, el más grande misionero británico para el África del siglo XIX David Livingstone (1). En efecto, las misiones cristianas están en el corazón mismo de la Biblia. Desde el llamado a Abram a dejarlo todo y moverse desde el lejano Harán a la tierra donde serían benditas por él «todas las familias de la tierra» (Gn. 12:3), hasta el llamado que hiciera el Señor Jesús a sus discípulos con relación a serles testigos (mártires) «en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hch. 1:8), la Biblia se llena de misiones. Estas vienen a ser la razón misma de la presencia de la Iglesia en la tierra.
Para ninguna congregación evangélica de los Estados Unidos esta verdad viene a ser más conmovedora que para la Iglesia «Casa de Oración», en Longview, Texas, que este 2024 una vez más se vistió de gala para celebrar su Convención Misionera, bajo la noble dirección de sus Pastores, los entrañables Revs. Agustín y Mere Campos.
La Convención Misionera de «Casa de Oración» es un evento grandioso al que esta congregación presta mucha atención. Este año se celebró, en la gracia de Dios, entre el viernes 12 y el domingo 14 de abril, y contó con la presencia, como invitado especial, del misionero norteamericano a Uruguay, Steve McCarthy, expositor bíblico alto, dinámico, ameno, de mirada limpia y hablar fluido. Su testimonio ministerial y la clara presentación de la Palabra de Dios enfocada a misiones dejó entre nosotros las más gratas memorias. McCarthy sirve al Señor en la tierra suramericana junto a Jill, su esposa, y sus tres pequeños hijos. La familia toda está dedicada al levantamiento de Templos en esta difícil nación donde el agnosticismo permea los aires espirituales suponiendo un desafió no pequeño a la expansión del Evangelio.
El sábado 13 fue una jornada especial. A las 5:00 a.m., antes de despuntar el alba, unos setenta hermanos se congregaron en un poderoso culto de oración; allí los aires se cargaron con la adoración, los ruegos y las súplicas en el Espíritu, en favor del mover misionero de la grey. Fue un amanecer precioso que se extendió hasta las 7:00 a.m. Toda la mañana se mantuvo un fluir de familias que iban y venían apoyando más allá de lo posible todos los detalles de la Convención.
El culto de la noche comenzó a las 7:00 p.m. con un sentido devocional, dirigido a preparar los corazones de todos a la escucha motivadora de la Palabra de Dios. El misionero McCarthy hizo la lectura de Hechos 9, que versa acerca de la conversión y comienzo ministerial de Pablo, haciendo girar una poderosa meditación en el versículo 25: «Entonces los discípulos, tomándole de noche, le bajaron por el muro, descolgándole en una canasta». La aplicación de este texto a las misiones fue impresionante. McCanthy toca un aspecto que para todos ha sido intrascendente en la lectura de este pasaje, y es respecto a aquellos que ayudaron al apóstol Pablo a salir de la ciudad, los que arriesgaron sus vidas en la noche, alrededor de la muralla vigilada, y sostuvieron las sogas que permitieron descender la canasta en que fue puesto a salvo quien sería el apóstol Pablo. Para McCarthy esos que sostuvieron las cuerdas son como los que ayudan a que sean posibles las misiones. De aquellos hombres no sabemos nada; no constan en el registro bíblico sus nombres, edades, gustos, preferencias; pero qué importantes fueron. De sus asistencias dependió la historia siguiente del más grande apóstol a los gentiles. Todos los que apoyamos misiones, los que no podemos ir a Uruguay, Haití o Tailandia, somos como esos que sostuvieron la canasta que transportó a los nuevos rumbos misioneros al apóstol. Qué gran verdad.
El domingo 14 fue un día grandioso que culminó con una fiesta de amor ágape, y una gran comida, que hizo comunión entre los hermanos. La Pastora Elizabeth Marines, comentando en la sobremesa acerca de la resonancia anual de este magno evento, con una nota de buen humor, aplicó a los Pastores Campos las palabras de la reina de Sabá a Salomón: «pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad» (I Re. 10:7). El misionero Steve McCarthy, muy emocionado, dijo: «He estado en cerca de mil convenciones misioneras y nunca vi algo tan impresionante». La Revda. Dra. Elízabeth de la Cruz, resumió: «Para todos los que estuvimos presentes dejará este evento la más honda y conmovedora memoria».
McCarthy fue despedido con amor y alegría. Su testimonio tuvo un efecto inspirador y resaltó entre todos la vigencia de aquellas palabras tan verdaderas, enmarcadas mundialmente en todos los departamentos misioneros, donde se lee: «La misión se hace con las rodillas de los que oran, los pies de los que van y las manos de los que dan y sirven» (2).
Volvamos los ojos misioneros a la hermosa tierra de Uruguay; reciba la familia McCarthy todo el apoyo espiritual y económico que podamos darle en su noble misión de levantar templos; cubramos de oración su floreciente ministerio y unamos fuerzas para que el Evangelio del amor y la gracia de Dios en Cristo Jesús alcance hasta el último rincón de esa preciosa nación por la que Cristo también murió.
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(1) Josué Yrion. Heme aquí, Señor, envíame a mí. Nashville: Editorial Caribe, 2004, p.141.
(2) Octavio Ríos. Alas en el corazón. Tyler: Independent Publishing, p. 262.