La mayoría de los cristianos mira al pecado como a la mera transgresión de una ley por la que se paga una multa mayor o menor sin detrimento emocional del Señor. Es curioso que algo tan antibíblico sea a la par tan raigalmente popular en el corazón de tantos hijos de Dios. Tal concepto, propio de la teología trascendentalista es un penoso yerro que desconoce el amor de Dios y lo que eso supone: al amarnos Dios se hizo vulnerable. Todo el que ama queda expuesto a la experiencia del quebranto. Y esta verdad, que le puede sorprender nos lleva a otra aún más difícil de aceptar: Dios puede ser herido.
Mire a la relación de Dios con Israel, los símiles que los profetas usan para describirla. Israel es la «esposa» en Oseas e Isaías: «Porque tu esposo es tu Hacedor» (Is. 54:5); es el hijo del que Dios se proclama Padre: «Israel es mi hijo, mi primogénito» (Ex. 4:22). Dios no es un juez impasible que castiga sin dolor las transgresiones. Mire a Jesús llorar sentidamente a las puertas de Jerusalén. Oiga sus palabras: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!» (Mt. 23:37).
Si aún duda de ese Amor mire entonces a la Cruz.
No hiera a Dios por respeto a Su grande amor. No piense hoy en leyes y mandamientos. Piense que lastimará el corazón del Único que le amó con amor eterno (Jer. 31:3).
«Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención» (Ef. 4:30).
Más que quebrantar la ley de Dios, no hiera Su corazón, no hiera Su Amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su comentario a este artículo se recibe con respeto y gratitud.