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domingo, 27 de julio de 2025

Si la meta es Cristo

«Que odiemos lo que debemos amar; que amemos lo que debemos odiar», tales son las premisas sobre las que se levantan las tinieblas que gobiernan al mundo: que el obrero odie su trabajo, fuente del pan que lleva a la mesa; que el estudiante aborrezca sus estudios, que preparan su futuro; que el hijo desprecie a sus padres, que le enseñaron a hablar y a andar; que el ciudadano común repudie a las estructuras del orden, que equilibran su sociedad; que la gente odie a la Iglesia, luz de este mundo, sal de esta tierra (Mt. 5:13, 14); que el hombre odie a Dios, fuente de vida; que el mundo rechace a Jesucristo, único mediador y Salvador entre Dios y los hombres (I Ti. 2:5).

Que amemos el ocio, antro de cada depravación; y el dinero, raíz de todos los males (I Ti. 6:10); que apreciemos la enemistad y, con ella, las herramientas que construyen las más sentidas discordias; que demos loas a los disentimientos, mientras exaltamos principios que no son sino antivalores. Finalmente, que unamos fuerzas con personas que aman el odio.

Vivimos días donde no hay virtud que no suponga un «nadar contra la corriente». Y de eso se trata la vida cristiana, esa en que la meta es la semejanza de Cristo, y supone un orden revertido de las premisas de este mundo; un «amar lo que se debe amar»; un «odiar lo que se debe odiar».




viernes, 25 de julio de 2025

Caballeros en peligro de extinción

Llegan a tiempo a cada cita, con puntualidad germánica. Cierran un trato con su palabra. Ven en cada mujer a una dama. No admiten cohecho, son graves, serios. Son caballeros, y resaltan como una curiosidad museológica. 

Quedan algunos por ahí, solo que están en peligro de extinción, ellos, y los valores que defienden.




domingo, 20 de julio de 2025

Es más que quebrantar la ley de Dios

La mayoría de los cristianos mira al pecado como a la mera transgresión de una ley por la que se paga una multa mayor o menor sin detrimento emocional del Señor. Es curioso que algo tan antibíblico sea a la par tan raigalmente popular en el corazón de tantos hijos de Dios. Tal concepto, propio de la teología trascendentalista es un penoso yerro que desconoce el amor de Dios y lo que eso supone: al amarnos Dios se hizo vulnerable. Todo el que ama queda expuesto a la experiencia del quebranto. Y esta verdad, que le puede sorprender nos lleva a otra aún más difícil de aceptar: Dios puede ser herido. 

Mire a la relación de Dios con Israel, los símiles que los profetas usan para describirla. Israel es la «esposa» en Oseas e Isaías: «Porque tu esposo es tu Hacedor» (Is. 54:5); es el hijo del que Dios se proclama Padre: «Israel es mi hijo, mi primogénito» (Ex. 4:22). Dios no es un juez impasible que castiga sin dolor las transgresiones. Mire a Jesús llorar sentidamente a las puertas de Jerusalén. Oiga sus palabras: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!» (Mt. 23:37). 

Si aún duda de ese Amor mire entonces a la Cruz.

No hiera a Dios por respeto a Su grande amor. No piense hoy en leyes y mandamientos. Piense que lastimará el corazón del Único que le amó con amor eterno (Jer. 31:3). 

«Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención» (Ef. 4:30).

Más que quebrantar la ley de Dios, no hiera Su corazón, no hiera Su Amor.