Me hace bien escuchar a Benny Hinn. Confieso que, a veces, la motivación de oírle ha sido mejorar mi pobre inglés. Tiene, el conocido evangelista israelí, una dicción muy clara, y, como la lengua de Walt Whitman es en él un segundo idioma, lo habla despacio, separando las palabras sin llegar por eso a las molestias sonoras de una voz escandida. En resumen, es idóneo para mi humilde hearing training [entrenamiento auditivo], así es que, ayer, 12 de junio de 2021, una vez más, me encontré oyéndole en directo. A la satisfacción de entender aceptablemente lo que decía se unió una vez más la ministración que hizo a mi espíritu por medio de una gran historia personal. Cuenta el afamado predicador internacional, en el minuto 23: 42 del video que subió a redes sociales que, hace años, su padre, Costandi Hinn, le dijo: “'Dame un dólar de tu bolsillo'. No sabía para qué”, cuenta el pastor Hinn, pero igual se lo dio. A continuación, vio a su padre poner en su mano izquierda un dólar propio. Equilibró los dos en sus palmas, en la derecha el de Benny Hinn y en la izquierda el suyo, y representando los platillos de una balanza hizo descender en su mano derecha abierta el dólar de pastor Hinn. Este último le preguntó: “¿Qué estás haciendo?”. Su padre le dijo suave y reflexivamente: “Benny, tu dólar es más pesado que el mío”; y mientras descendía, el platillo representado en la mano en que tenía el dólar de Benny Hinn, sin que este pudiera entender de pronto qué estaba queriendo decir, le explicó: “Ese dólar que me acabas de dar vino de Dios”, y señalando al suyo, explicó: “Este dólar vino de la empresa para la que trabajo”. Y mirando a su hijo, concluyó sentenciosamente: “Tu dinero es mucho más pesado. Ten cuidado lo que haces con él”. (1)
Nunca el célebre evangelista olvidó la escena. La cuenta en un tono de sensible remembranza. En verdad su relato nos deja una memoria muy gráfica acerca de un tema muy delicado en el ministerio: el uso del dinero cuando viene de Dios.
Muchos son peligrosamente ligeros en el asunto, y la responsabilidad que supone el solo hecho de tenerlo es muy grave. Más que pasarlo por alto, desconocen por completo la importancia de la obra de Dios, de las misiones, los ministerios, las campañas al aire libre, las publicaciones. En Tyler dejaron morir la librería cristiana Life Way. Se los reprocharé mientras viva. Colapsada la sede de las más gloriosas publicaciones de biblias, diccionarios, atlas, devocionales, postales de delicados salmos y cuadros bellísimos de pasajes bíblicos, la librería cerró sus puertas. Los cristianos no la visitaban. A la salida de los cultos los restaurantes tuvieron siempre preferencia. Estos últimos nunca quiebran; se llevan prioritariamente el dinero que nos da Dios.
Muchos, tras llegar inmerecidamente a los Estados Unidos, viven desde entonces como un centro en sí mismos. Por este camino llegan a estar un día en el hospital, gastando en operaciones para un ser querido las decenas de miles de dólares que le negaron desde entonces a Dios, y a su Obra, y entonces se preguntan: “¿Qué he hecho para merecer esto?”. La respuesta es sencilla: cuando usted le roba a Dios otro le roba a usted.
Tengo autoridad moral y espiritual para hablarle a cualquiera, desde el mayor hasta el menor, del tema financiero en la fe. Por quince años mi salario profesional mensual fue el equivalente de $20.00 USD. Diezmaba a mi Iglesia $2.00 USD; le daba a mi madre $4.00 USD; me quedaban $14.00 USD. Con eso sostenía a mi familia, y cada domingo, mis doscientos alumnos de la escuela dominical, muchos de ellos hoy pastores y presbíteros, eran testigos de derramamientos del Espíritu Santo en el sótano en que les ministraba, en la Iglesia pentecostal más importante de Cuba.
Más allá de todo me recuerdo ofrendando a la obra misionera en Nicaragua, comprándoles tetraciclinas, y empacándoles mi juego de ajedrez en caja y papel que tuve que comprar también.
No sé si oyó bien; dije quince años…
Si el tema del dinero es delicado en el miembro común de cualquier feligresía, mucho más lo es en el ministro evangélico. No escasea el celo en pro de lograr ascensos financieros personales. Los dineros propios se defienden muy bien. Desdichadamente, para muchos, está muerto el celo que tiene que ver con el empuje de la Obra de Dios, y la forma en que se administran los fondos propios dice mucho al respecto.
Escasas preguntas permiten verificar el cuidado que se tiene con el dinero que viene de Dios. Una de ellas puede ser: “¿cuánto le costó el reloj que lleva puesto?”. A veces no será siquiera necesaria la pregunta cuando advierta el brillo de un Rolex enchapado en oro…
Cada dos segundos muere un niño por hambre y enfermedades prevenibles. Este es el mundo en que vivimos, y no respeto a un ministro evangélico que ostente un Rolex, que maneje un Lamborghini, que use la ropa una sola vez, y eche a la basura la comida del día, mientras sus hermanos mueren de hambre. Las aldeanas de las iglesias de Nigeria caminan dos kilómetros a la búsqueda de agua, porque no pueden cavar el pozo en la montaña; perforarlo cuesta $2000.00 USD, los que muchos tienen invertidos en la cadena de oro de 24 quilates que ostentan en el cuello.
Se les ve presumir de una gran fe, a la que atribuyen la supuesta prosperidad en que se regodean. Tal vez de la versión bíblica que utilizan los domingos, fue cercenado el capítulo 2 de Gálatas, donde se relata el encuentro en Jerusalén de Pablo, Bernabé y Tito, con los doce apóstoles. Nunca estuvo reunida en un mismo lugar tanta gente de fe. ¿Recuerda las palabras de despedida? Puede ser que, por mucho tiempo no las haya escuchado predicar. Están en el versículo diez. Pablo, el hombre de los cinco ministerios y los nueve dones, la escribió: “Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual también procuré con diligencia hacer” (Gá. 2: 10).
Los pobres son la parte más olvidada de la Obra de Dios. No hay otra área a la que se le preste menos atención, y más de una vez lo he escrito: los pobres condenan. A veces lo he sido, aun trabajando duro. No hace mucho pedí a un acaudalado ser un pedazo de pan en pago a un inmenso trabajo que hice. Me mandó a decir, con otro no menos acaudalado: “Debe aprender a administrarse”. Justo un año después, el mismo día, del mismo mes, casi a la misma hora, murió.
El compromiso de Dios no es con personas, ni con cargos, ni con «palabras de fe» o «confesiones positivas», mucho menos con «cuentas bancarias». El único compromiso de Dios es con Su Palabra.
Tú dinero pesa. Mira bien lo que haces con él.
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(1) Benny Hinn. “Living Under an Open Heaven”. https://www.facebook.com/BennyHinnMinistries/videos/489752142327313
Accedido: 12 de junio de 2021, 4:00 p.m.