Perece el justo, y no hay quien piense en ello; y los piadosos mueren, y no hay quien entienda que de delante de la aflicción es quitado el justo (Is. 57: 1).
“A los siervos de Dios les suceden cosas muy raras”, me decía un día el teólogo cubano Luis Guerra. Es una verdad grande y de ella se llena la historia. El mayor profeta bíblico, Juan el Bautista, permaneció un año entero confinado en la Fortaleza Maqueronte para, finalmente, morir con innoble violencia, decapitado, en un estrecho calabozo. Él, que era el hijo del anchuroso desierto, en un calabozo, un año...
David Wilkerson “con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios” (Ro. 15: 19a) desintegra las peores pandillas neoyorkinas de la década del 60; levanta a la postre una congregación de ocho mil personas, donde estaban representadas cien nacionalidades, y en 2011, no lejos de mi sede, inexplicablemente tuerce el rumbo de su auto y embiste a una camioneta que circulaba en dirección contraria. Murió en el acto.
Alejandro Nieto Selles, en plenitud de facultades ministeriales, impacta Cuba, llenándola de obras nuevas y, pese a las cadenas nacionales de oración, muere en 2009, a la temprana edad de cuarenta y ocho años.
David Brainerd, misionero norteamericano a los indios de Delaware, vive solo veintinueve años. Finalmente, Samuel Morris, el excelso predicador africano, una promesa del evangelio en Norteamérica, parte de este mundo inesperadamente, en 1893. Apenas frisaba los veinte años.
Confunde pensar acerca de cuánto les quedó por hacer a todos estos siervos. Un extraño velo cubre los minutos finales de cada uno.
A la repentina promoción a la gloria del Pastor Abraham Vila Morales, la noche del 6 de diciembre de este aciago 2021, en un triste y violento accidente en carretera, se abren al corazón de sus familiares y de todos los que bien le quisimos, muchas preguntas. Algunas pueden llegar a ser muy sensibles porque apenas terminaba de predicar el día anterior dos ardientes mensajes, porque ministraba a una floreciente grey, porque era el hijo más noble de la amada familia Vila-Morales, aquel por el que más oraron…
Su entrada a la vida, el 5 de febrero de 1970, supuso para sus padres un esfuerzo de épica fe, porque nació pretérmino y broncoaspiró líquido meconial, lo que llevó a una peligrosa bronconeumonía. Gravitó, en medio de todo, el diagnóstico de una cardiopatía congénita. Fue aquella una experiencia de intensa y sostenida oración, en que todos los diagnósticos se revirtieron: aquel pequeño egresó sano del hospital (1). Al alta, ante la proposición de seguimiento de los neonatólogos, Orson Vila contestó: “Dios no hace chapucerías”.
Con razón le llamaron Abraham. Su vida remedaría los pasos del bíblico padre de la fe.
Presentado al Señor poco después, compartiría Abraham Vila, en su niñez, todos los trasiegos de la familia, las penas que les trajeron las cárceles de su padre y el esfuerzo inaudito de su madre para sostenerlos. Sume a esto considerar las presiones personales propias del medio en que creció. Él estuvo presente, junto a sus hermanitos, en el sufrido pastorado de El Corojo, aquella lejana locación camagüeyana, estructurada con una casa pastoral de cuyo techo humilde, de guano campesino, caían peligrosos alacranes.
Respondió Abraham pronto en la vida al llamado ministerial, y fueron conocidos sus pastorados sucesivos en Anton, Grúa Nueva y Ranchuelo (2). Siempre presente en los Congresos Nacionales de Evangelismo de las Asambleas de Dios de Cuba, que tuvieron lugar entre 1998 y 2004, se mostraba como un ferviente seguidor del ministerio de sus padres, y luchó enconadamente por andar tras sus pasos. De ahí que proyectara tanto de sus influencias. El evangelista cubano, Luis Daniel Betancourt, comentaba en aquellos lejanos días: “No hay hijo que más se parezca a su padre”.
Me recuerdo llegando con Orson Vila a Ranchuelo, provincia Villa Clara, el jueves 9 de marzo de 2000, en los pródromos de una campaña evangélica que tendría lugar allí, bajo el pastorado de Abraham Vila. A pocos metros de aquella sede el legendario evangelista cubano se me adelantó unos pasos y se detuvo en la puerta del Templo, observando detenidamente algo que estaba en ella; era un anuncio de la campaña. Cuando le alcancé se volvió a mí, y me dijo, varias veces, conmovido y sonriente, con los ojos vidriosos: “Mi hijito puso un cartelito…”.
Ministro Ordenado, pastor y evangelista, predicador homilético, poderoso y fluido (2), continuaría Abraham Vila el ministerio, tras su llegada a Estados Unidos, como parte del Centro de Avivamiento Cristiano (CAC) en Hialeah, asistiendo a sus padres inicialmente. Se extendería su cayado, como pastor principal, al CAC del South West Miami. Las redes se llenarían con cada mensaje que predicó.
En lo social tenía la extraña virtud de ser querido por todo el mundo. Usted podía abordarlo sin ninguna prevención. Llano, amable, sencillo, humilde, siempre presto al servicio, era mi canal en los Estados Unidos para la llegada de bibliografía a sus padres. Estando estos en España, en septiembre de 2019, les envié, a través de la dirección postal de Abraham Vila, el tomo II de Historia de las Asambleas de Dios en Cuba y un ejemplar de mi libro más importante, Gratitud. Con amor, obsequié al Pastor Abraham un ejemplar de este último. El 15 de septiembre me contestó, sentidamente:
Mi querido hno. Rev. Dr. Octavio Ríos, tomo este momento para expresarle con humildad mi gratitud de todo corazón, por hacerme participe de esta gran bendición que encierra tanto trabajo, desvelo, sacrificio, esfuerzo, preocupación y entrega, para lograr ponerlo en mis manos. Este ejemplar de Gratitud, usted no puede imaginarse la gran bendición que a través de él me ha transmitido y sé que me seguirá transmitiendo. Muchas gracias de todo corazón, y es mi deseo que las más ricas bendiciones de Dios continúen manifestándose en su vida, familia y ministerio de una manera gloriosamente continua. Un abrazo, los amamos profundamente en el Señor. Su consiervo, Abraham Vila.
A tan hermosas y motivadoras palabras, contestamos:
Rev. Abraham Vila, muy amado hermano, mucho nos bendicen sus palabras; fueron uno de los regalos más significativos que tuvimos mi esposa y yo, el domingo, en nuestro treinta aniversario de matrimonio. Doy gracias a Dios por la bendición que les trajo Gratitud. Ustedes han sido una familia con un significado muy grande en nuestras vidas. Les ruego ayuda en la promoción del libro entre los miembros de la Iglesia. Por favor, transmítaselo a papá Orson. Él nunca sabrá cuánto ha significado para nosotros. Un abrazo, y una vez más, gracias por sus palabras; nos hacen mucho bien. Octavio.
A todos nos duele la repentina ausencia de tan querido hermano en la fe, y nada es más humano que ese dolor. Aun Jesús lloró la temporal ausencia de su amigo muerto (Jn. 11: 35). Desde la perspectiva bíblica nos fortalece la convicción de que “la vida y la muerte son de Dios”; así nos decía, en 1992, el Superintendente General, Rev. Humberto Martínez Sabó, mientras me entregaba, para su atención, el cuerpo casi exánime del Pastor Antonio Pupo. Si entendemos que “estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos” (Sal. 116: 15), no será difícil pensar que la hora postrera de cada siervo está cuidadosamente prefijada en el anticipado conocimiento de Dios. Con esa certeza andamos por la vida: “…si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Ro. 14: 8). Quizá nos haga bien recordar las palabras de William McDonald, cuando escribió: “Es cierto que Dios conoce el término de nuestra vida en la tierra, pero al cristiano no le resulta mórbido ni fatalista. Sabemos que somos inmortales hasta que terminemos nuestra labor…” (3). Ese día, en que termina el propósito de Dios para nosotros en la tierra, partimos de este mundo, a veces por caminos muy extraños…
¿Por qué unos se van antes y otros después? ¿Por qué muere tempranamente Jacobo y tardíamente su hermano, Juan? El primero perece, en lo humano, con gran violencia, a espada, y el segundo conoce, en el destierro, la más avanzada longevidad. ¿Se estaría contestando singularmente la oración de aquella madre de los hijos de Zebedeo?: “Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda” (Mt. 20: 21b). A la verdad, ambos murieron en los extremos de una vida de servicio.
Fui médico personal del inolvidable Pastor Guillermo Valdés. Quiso Dios llevarle tempranamente. Tenía escasos treinta y seis años cuando murió, el 17 de marzo de 1998. Regresábamos de aquel triste entierro en Madruga, y veníamos en el área de carga de un rústico camión, rumbo a La Habana. Acompañaba al Pastor Luis Hong García, y algo sombrío, le pregunté: “¿Qué explicación tendrá la muerte temprana de alguien tan útil a la obra nacional como lo fue Guillermo?”. Recuerdo que él movió un poco la cabeza, pensativo, y me contestó: “Quizá un día hizo la oración que todos hemos hecho: ‘Señor, llévame contigo antes de fallarte y abandonarte…’; cómo saberlo. De qué cosas nos libra el Señor al sacarnos de aquí…, un día lo sabremos”.
No queríamos, por nada de este mundo, que hubiera ocurrido tan penoso accidente; es un doloroso recuerdo para nuestras vidas. He visto a mi esposa llorar muy quebrantada, tras la noticia, al sentir en el Espíritu, como madre, el dolor de la Dra. Noemí. No era el camino que queríamos para tan preciosa familia, pero casi nadie ha vivido la vida que soñó vivir. Quizá, entonces, cobren sentido para nosotros, las palabras del Pastor Craig Barnes, escritas con la autoridad mayor, que es aquella que da el sufrimiento personal. Él afirmó: “…La misma comprobación, la misma certeza de que la vida no es lo que nos habíamos imaginado nos une en una sola confesión: Dios está actuando de manera misteriosa. Y en esa confesión germina la esperanza” (4).
Nada ocurre en displicente arbitrio; como determina Dios el brillo de cada estrella, así también determina el minuto en que llega el hálito postrero de todo ser viviente. Subrepticio, aun en las peores tragedias, el eterno Dios sostiene los hilos de Su creación, y lo enrumba todo a los más elevados y mejores propósitos, por incomprensibles que parezcan.
No es mero hablar. La convicción de que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Ro. 8: 28ab) da a la vida un sentido de significado en todo lo que ocurre. La grandiosa importancia de esto la remarcó Rick Warren en 2002, en la memorable publicación de Una vida con propósito. El gran predicador californiano se sostendría con tales convicciones cuando, dolorosamente, en 2013, su hijo menor, su pequeño y amado Matthew Warren, perdió la vida.
Perdura en la historia el misterio mayor: ¿por qué tuvo que morir Jesús una muerte así? Nada más cruenta y violenta que la escena de la cruz. Aquella tarde infausta se agitaron con cruel saña las peores olas de la violencia. De pronto todo perdió el sentido. A los ojos humanos aquella vida fue truncada en su temprana adultez, y se cumplieron en María, con honda crudeza, las palabras de Simeón: “…una espada traspasará tu misma alma” (Lc. 2: 35a). Se necesitará tiempo antes de que se pueda develar, a los asustados discípulos, el misterio de la resurrección.
No hay, en la historia de los santos, muerte sin sentido, ni accidentes sorpresivos para Dios. Señalando a la existencia del mal muchos se conjuraron en los tiempos tratando de negar la bondad del Rey de los cielos, siquiera su propia existencia. Aquel gigante que se llamó Wilhelm Leibniz los refutó cuando dijo que Dios permite el mal con el fin de lograr un bien superior (5). No solo era una conclusión presentada desde el estrado de la filosofía, era aquella una verdad bíblica. A la par representaba una asignatura que se debe aprobar. Por ella han tenido que andar todos los cristianos que han existido, incluidos los primigenios apóstoles del Señor. Jesús no calmó la tempestad mientras ellos gritaban “¡Fantasma!”. Aquel grupo de hombres valiosos tuvo que aprender a identificar a Jesús en la tormenta. Solo entonces, él subió a la barca, y se calmaron los vientos y las olas (Mt. 14: 26-32). Es necesario ver a Jesús en la tempestad, esa que sacude con crueldad la barca, en la más encapotada noche. Nos ayude la gracia de Dios.
Tales afirmaciones se hacen pensando en los que se quedan. ¿Qué se puede decir pensando en los que se van? Dichosos los que pueden partir de este mundo dejando, como el Rev. Abraham Vila, una impoluta imagen de fe. Dichosos lo que, tras su paso, dejan un legado imborrable y, a flor de labios, inspiran la confesión de los que dicen, al pie de la tumba que recoge los restos de aquel que fue Templo del Espíritu Santo: “Valió la pena vivir esa vida. Es bueno saber que alguien así existió”.
Más allá de nuestra limitada y pobre perspectiva, Abraham Vila vive ahora en el cielo y reposa, a la espera de la resurrección, en el descanso eterno de los santos. Bienaventurados los que, como él, ya escucharon aquella voz, que les dijo: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mt. 25: 21).
Dra Noemí Morales de Vila, Rev. Orson Vila.
Hijos del Pastor Abraham Vila.
Dr. Dadonim, Orsito, Revdas. Keila y Keren.
Hna. Yarelis Vila.
Mis amados hermanos:
Reciban nuestras más sentidas condolencias y el abrazo más estrecho que podamos darles en el Señor, desde nuestra lejana y triste soledad.
Por más que muchos quieran que no sea así, los amaremos siempre con amor inalterable (Ef. 6: 24).
En Cristo Jesús, Señor nuestro.
Rev. Octavio Ríos Verdecia
Revda. Elízabeth de la Cruz de Ríos
Dra. Elízabeth Ríos de la Cruz
Dra. Viria Ríos de la Cruz
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(1) Octavio Ríos. Historia de las Asambleas de Dios en Cuba. Tomo II. Tyler: Independent Publishing. 2019, p. 371.
(2) Datos tomados de la publicación en redes de la Dra. Noemí Morales de Vila. 9 de diciembre de 2021. 3:00 a.m.
(3) William MacDonald. Comentario bíblico. Antiguo y Nuevo Testamento. Editorial CLIE, 2004, p. 381.
(4) Craig Barnes. Cuando Dios irrumpe. Colombia: Editorial Buena Semilla. 1996, p. 50.
(5) S.a. Artículo: “Albedrío”. https://es.thefreedictionary.com/albedrio Accedido: 9 de diciembre de 2021, 7: 47 p.m.