Dos cosas han sido comunes a la práctica totalidad de las civilizaciones, aun a las más aisladas, inconexas o remotas, y es la consciencia de la existencia de una divinidad, única o múltiple y el sentido de la recompensa o castigo eterno por el bien o mal que se haya hecho de este lado de la vida. Los estudios antropológicos demuestran que este concepto tiene efectos reguladores en la conducta de las sociedades, y no se puede desconocer.
Este tema es analizado por el escritor Max Nordau en un libro llamado Las mentiras convencionales de la civilización, Buenos Aires: Editorial TOR, S.f. En él critica fuertemente a la religión, a la que considera una mentira más. En esto no es original. En lo que si resulta curioso es a la hora de ponderar la importancia del fenómeno religioso en el orden social. Al respecto escribe:
…A las ideas religiosas pertenece asimismo la de un alma en el hombre y una supervivencia de esta alma después de la muerte. Creer en la inmortalidad es el complemento de la creencia en Dios, y forma con ella un vasto sistema sobre el que se ha podido sostener un orden social y una moral, porque ha suministrado la definición precisa de lo bueno y de lo malo, la distinción entre la virtud y el vicio, una recompensa y un castigo futuro unido a la inmortalidad del individuo con sus atributos esenciales, el sentimiento y la razón. (…) (1).
La huella primigenia de Dios y la convicción de la eternidad están inscritas en los corazones de los hombres. Con ellos vienen a la vida: “…porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Ro. 1: 19, 20).
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(1) Max Nordau, Las mentiras convencionales de la civilización, pp. 53, 54. Buenos Aires: Editorial TOR, s.f.