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viernes, 15 de diciembre de 2017

El concepto universal de Dios y el alma eterna de los hombres

Dos cosas han sido comunes a la práctica totalidad de las civilizaciones, aun a las más aisladas, inconexas o remotas, y es la consciencia de la existencia de una divinidad, única o múltiple y el sentido de la recompensa o castigo eterno por el bien o mal que se haya hecho de este lado de la vida. Los estudios antropológicos demuestran que este concepto tiene efectos reguladores en la conducta de las sociedades, y no se puede desconocer.

Este tema es analizado por el escritor Max Nordau en un libro llamado Las mentiras convencionales de la civilización, Buenos Aires: Editorial TOR, S.f. En él critica fuertemente a la religión, a la que considera una mentira más. En esto no es original. En lo que si resulta curioso es a la hora de ponderar la importancia del fenómeno religioso en el orden social. Al respecto escribe:

 

…A las ideas religiosas pertenece asimismo la de un alma en el hombre y una supervivencia de esta alma después de la muerte. Creer en la inmortalidad es el complemento de la creencia en Dios, y forma con ella un vasto sistema sobre el que se ha podido sostener un orden social y una moral, porque ha suministrado la definición precisa de lo bueno y de lo malo, la distinción entre la virtud y el vicio, una recompensa y un castigo futuro unido a la inmortalidad del individuo con sus atributos esenciales, el sentimiento y la razón. (…) (1).

 

La huella primigenia de Dios y la convicción de la eternidad están inscritas en los corazones de los hombres. Con ellos vienen a la vida: “…porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Ro. 1: 19, 20). 

 

 

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(1) Max NordauLas mentiras convencionales de la civilización, pp. 53, 54. Buenos Aires: Editorial TOR, s.f.




viernes, 1 de diciembre de 2017

¿Cuál es la forma perfecta de gobierno eclesiástico?

No existe un modelo perfecto de gobierno eclesiástico. Resulta difícil concebir en la tierra un “gobierno ideal”. Todos adolecen de faltas e insuficiencias. El único modelo de gobierno perfecto está en el cielo, y a lo largo de la historia la iglesia ha sufrido en la búsqueda incesante de una estructura que le permita mantener el orden en sus asuntos.
No obstante, necesitamos uno que sea afín al ministerio de la iglesia. ¿Cuál será esa forma de gobierno? Será aquella que no impida al pastor desarrollar la visión que ha recibido de Dios, que permita tener un equipo de trabajo con opinión y decisión frente a una feligresía que recibe informe y manifiesta acuerdo o inconformidad.
Muchas denominaciones que dicen poseer tal o cual tipo de gobierno en la práctica tienen un sistema integrado también. Éste ha demostrado su eficacia con el curso del tiempo.
Gobierno definido tiene que existir para que no esté a la deriva la iglesia. No rehusemos el gobierno, cualquiera que sea la forma, pero evitemos que éste impida cumplir el propósito de Dios con el cuerpo de Cristo en la tierra.
Sea el gobierno episcopal, presbiteriano o congregacional, advertimos en cada uno de ellos valores y debilidades. Frente al espíritu dubitativo en que nos puedan sumir las revisiones que hagamos al respecto recordemos que, afortunadamente, Cristo viene pronto. Nos espera una teocracia perfecta. Hasta ese día, cuyos albores se vislumbran ya, usemos los aspectos positivos de las diferentes expresiones de gobierno y luchemos para que continúe adelante, incontenible, la iglesia de Jesucristo en la tierra.