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domingo, 10 de septiembre de 2017

Una estocada al cigarro

Artículo escrito en 1979


Cuando convivimos con alguien el triste momento en que nos manifiesta que no puede dejar de fumar no estamos más que viviendo un momento en que alguien nos ha dicho que los beneficios que obtendrá con el abandono del mal hábito no pesan en su juicio tanto como las sensaciones que la práctica del hábito provocan a su organismo esclavizado.

Al principio no observó mal alguno en la costumbre, y ahora, aunque la ve mala, no la puede dejar. De aquí se desprende la importancia que tiene no dar los primeros pasos en la adquisición de un mal hábito. Este actúa en forma similar al modo en que lo hacen las escaleras rodantes automáticas. Cuando subimos en ella los primeros escalones y tratamos de volver sobre nuestros pasos nos damos cuenta de que esta nos lleva hacia arriba contra nuestra voluntad. Para que no nos suban lo mejor que debemos hacer es empezar por no poner el pie en la escalera.

Cuando menos tiempo se lleve fumando y menos cigarros se consuman diarios, tanto más fácil será de fumar.

La medicina moderna ha demostrado que el 85% de las víctimas de cáncer pulmonar son fumadores. Las estadísticas afirman que el cáncer de este tipo provocado por el malsano hábito de fumar cigarro causa anualmente más muertes en el mundo que los accidentes de tránsito.

Escalemos imaginariamente la escalera rodante que vimos anteriormente y estudiemos lo que ocurre al dar una fumada al cigarro. A través de este inhalamos aire que contiene el humo producido por la combustión del tabaco y el papel. Podemos inhalar tan profundamente que el humo alcance a nuestros pulmones, o no llevarlo más allá de la garganta antes de exhalarlo de nuevo. Pero, en todo caso, cada fumada al cigarrillo deposita una delgada película de sustancias alquitranadas en todas las zonas en que el humo se pone en contacto con los tejidos que revisten boca, garganta y pulmones.

Los alquitranes del cigarro son los productos químicos que componen la fracción sólida del humo, y día tras día muchos de estos productos, así como varios de los gases, minan y acaban por destruir la salud del fumador. Estas sustancias alquitranadas según se ha demostrado tienen la misma composición química que los provocadores de cáncer.

Entre los gases nocivos del humo del cigarro figuran el monóxido de carbono y el cianuro de hidrógeno presentes también en los gases de escape del automóvil. Algunos de los demás venenos (nicotina, trióxido de amoníaco, carbonillo de níquel, acroleína, furfural, piridina, colidina, son absorbidos por la sangre del fumador, y una vez en ella, estos productos recorren rápidamente todo el cuerpo. Cuando así se produce ocurren cambios en la circulación normal que estimulan la formación de coágulos. También se presentan cambios en la respiración y en el aspecto del tejido pulmonar, por lo que los fumadores son más susceptibles a los resfriados, infecciones y ahogos.

A medida que el cigarrillo se va fumando parte de ese material alquitranado se va recuperando con el humo; como resultado el último tercio de la colilla contiene la mitad del total del alquitrán. Esta es la razón de que las últimas fumadas sean más peligrosas que las primeras y de que la costumbre de apurar en exceso el cigarrillo sea particularmente peligrosa.

Por increíble que parezca en el cigarro están presentes unos tres mil productos químicos distintos incluidos en su proceso de combustión, aunque solo se han identificado unos setecientos. Nadie sabe cuántos pueden ser de peligrosas para la salud.

El tabaco está incluido entre los narcóticos, que son sustancias capaces de producir sopor o embotamiento de la sensibilidad. El narcótico del tabaco es la nicotina (C10H14N2).

La nicotina es conocida desde hace mucho tiempo por los médicos de todas partes. Se encuentra incluida en la familia de los alcaloides, que son compuestos todos venenosos, cíclicos, con contenido de nitrógeno.

No cabe duda alguna de que las personas que se dejan esclavizar por el cigarro o cualquier otro vicio no son sanos ni felices. Buscaron en un principio esa sensación ficticia de bienestar. Les faltó valor moral para arrastrar las dificultades reales o imaginarias de la vida y encontraron en el tabaco un medio para evadirse a un mundo más agradable pero cruel, y ¡a qué precio! Su debilidad moral fue aumentando con cada recaída, pues esta entrañaba además mayor debilitamiento físico que los hacía sentirse más incapaces de afrontar la realidad y anhelar tanto más volver a refugiarse en un paraíso artificial.

«Fumo porque me gusta, lo que es causa suficiente para mí». Respuesta digna de lástima.

Vamos a resumir lo que hemos dicho en tres párrafos:

Lo que sucede cuando se inhala el humo en los pulmones es que los alveolos tienden a irritarse, a inflamarse, y a producir una crecida exudación de suero. Esto impide que os alveolos absorban oxígeno y eliminen dióxido de carbono.

Nuestra vida toda depende de la absorción de oxígeno. El proceso es controlado por la secreción interna de las glándulas suprarrenales: la adrenalina. Por lo tanto, cuando la capacidad de los pulmones para absorber oxígeno queda reducida por el fumar una cantidad adicional de adrenalina es derramada en los pulmones por intermedio de una muy rica provisión de sangre. Este produce un efecto tónico o estimulante, y ese efecto es el que en general desea obtener el fumador.

«No se percata ─como lo expresa el Dr. Bieler─ de que los vasos linfáticos de sus pulmones se ennegrecen por sustancias irritantes como el alquitrán, de que la capacidad respiratoria de sus alveolos pulmonares a menos de la mitad al igual que su resistencia al cáncer de pulmón, a las enfermedades respiratorias y a las infecciones graves. Se sabe definitivamente que el humo del cigarro contiene sustancias que producen cáncer. ¿Vale la pena correr el riesgo?».

 

La opinión médica acerca del modo más eficaz y actualizado de dejar de fumar

 

Aun cuando la nicotina es un narcótico dicen que realmente es de distinta clase que otras drogas.

El fumar es un hábito tan solo en parte fisiológico y es principalmente un problema de actividad mental.

Se es víctima del hábito del cigarro cuando se ha desarrollado el reflejo condicionado de fumar.

En realidad, se necesita de una notable fuerza de voluntad para conseguir romper gradualmente el hábito de fumar. Ir disminuyendo y otros métodos similares son peores que inútiles. El fumar, reflejo condicionado, puede ser suprimido solamente destruyendo el reflejo condicionado.

El único método efectivo y el más fácil es dejar de fumar radical, completa y permanentemente. Al revés de lo que temen los fumadores cada hora pasada sin fumar debilita el reflejo condicionado y el hábito desaparece invariablemente.




viernes, 1 de septiembre de 2017

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio

“No somos conscientes de todo lo que recordamos”. No es un contrasentido. Esta afirmación es el legado de Sigmund Freud. No todos entienden totalmente la extensión y las consecuencias de este descubrimiento en la explicación de la conducta humana. Las personas queremos ser libres. Mejorar las respuestas que damos a los avatares de la vida, pero, en un final, advertimos que, inexplicablemente, somos empujados en determinadas direcciones. Recuerdos y más recuerdos, de los que no somos conscientes, modelan la conducta, enrumban las respuestas, determinan ese alud de inexplicables emociones, muchas de ellas pecaminosas, que dan al traste con un hondo descubrimiento, y es que no somos libres. Un niño es mordido por un perro; llegará a ser un adulto, y no podrá explicarse como, siendo un ser fornido, les teme a esas criaturas amistosas, al punto que sus ladridos de juego le hagan sudar. No es consciente de aquel recuerdo que vive escondido en él.
Escenas de hondo significado, por la tristeza y pesar que causaron, evocadas como marea inusitada en súbitas melancolías; soledades vividas que dejan memorias de desamparo; enojos desbordados y expansivos ante escenas que vinculamos a recuerdos de violencias de las que no somos conscientes… Todo un mundo de cosas interiores y lejanas determinando la conducta, el pensamiento, la voluntad, y las emociones de estas criaturas tan complejas que somos los humanos.
Nuestra memoria consciente es solo la parte visible del iceberg.  Detrás de lo que llamamos “ataduras espirituales”, “cautividades”, cosas así, muchas veces lo que están son los recuerdos, ese mundo inconsciente, escondido, pasado, lejano…
El salmista lo descubrió un día. Su oración desesperada lo evidencia: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10).
Las memorias tienen grados en la escala del mal. La peor de todas tiene que ver con un germen que nos infecta desde el momento de nacer; se llama pecado. Es memoria lejana y trasmitida; nos llegó desde nuestros primigenios padres. Ellos fueron contaminados en el Edén. Los empiristas la niegan; los ateos, desde su acre ignorancia de todo, se mofan. El apóstol Pablo escribe de ella en un lenguaje de cuasi desesperación. Con sus palabras traza desde sí la consecuencia dejada en nosotros en el estrato más profundo de lo inconsciente por esa huella, por esa memoria:

Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (Ro. 7:15-24).

A la acción que rompe el efecto de estas tenebrosas memorias, Pablo le llamó, en la carta que escribió a Tito, “regeneración”: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo (Ti. 3: 4, 5). 
Jesús, en términos más sencillos, mientras hablaba con un anciano llamado Nicodemo, le llamó a esa experiencia: “nuevo nacimiento”. Así lo rubrica el evangelio de Juan: “Respondió Jesús y le dijo: ‘De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios’” (Jn. 3:3).
La nueva vida en Cristo no es una opción entre otras; es el único camino a la liberación del efecto que tienen en nosotros las horribles memorias que nos sembraron, especialmente aquella con la que ya nacimos.
Ven a Cristo; sé libre.