El consejo más grande que alguna vez haya leído vino a través de Howard Hendrick, mientras revisaba las páginas de su memorable publicación Enseñando para cambiar vidas. Me preparaba para impartir un taller a maestros bíblicos en el Templo “Casa de oración” de Longview, Texas, cuando adquirí este libro como cortesía del profesor Donald H. Jeter. Allí leí:
…me encuentro con muchas personas que dicen: “Sabe Dr. Hendricks, estoy leyendo muchas cosas, pero francamente no encuentro que esto cambie mi vida o que contribuya mucho”. Aquí tiene una solución: si tiene una hora dedicada para la lectura, trate de leer la primera media hora y use la segunda media hora para reflexionar en lo que leyó. Verá la diferencia que esto hace. Está leyendo demasiado si reflexiona muy poco en lo que lee (1).
Frente a este comentario, altamente significativo, es obvio decir que las tendencias modernas tiran en dirección contraria. Hacia finales de la década de 1950 surgieron las llamadas técnicas de lectura rápida, y pronto el mercado publicitario se llenó de ellas saturando actualmente las plataformas web y las aplicaciones para móviles y tablets. Una persona, como promedio lee 250 palabras por minuto; los recursos mencionados se han fijado estrategias dirigidas a cuadruplicar esa cifra (2).
Hannah Sander elogió a los héroes de la lectura rápida cuando comentó: “Agatha Christie leía doscientos libros al año, mientras que el fundador de Facebook, Mark Zuckerberh, acaba un libro cada dos semanas. El presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, leía un libro al día, incluso dos o tres si tenía una noche tranquila”. Por otro lado, el escritor, crítico literario y profesor emérito de literatura inglesa moderna en la universidad UCL, de Londres, John Sutherland, intentando trazar un camino afirmó que, en 2015, leyó cerca de ciento cincuenta libros (3). Finalmente el célebre Anthony Peter Buzan, como autor de psicología popular y escritor de temas relacionados con el cerebro, la memoria y la lectura rápida relata que, siendo todavía un escolar, hizo un examen de lectura y se sintió orgulloso de haber alcanzado la velocidad de 213 palabras por minuto. Con relación a esto afirmaría: “Pensé que debía ser un lector bastante rápido. Pero luego le pregunté a una chica de la clase y ella había obtenido un 300. Me quedé destrozado” (4).
Es importante señalar, frente a los que sienten orgullo por tales récords que, en materia de lectura, lo que se gana en velocidad se pierde en comprensión. Hay un elemento que es esencial para la lectura provechosa, y es la meditación. Ésta permite asegurar la nueva información fijándola en el recuerdo por medio de conexiones. Este proceso requiere tiempo. No son minutos estériles los que se usan en pensar acerca de lo que se leyó. Si nos atenemos al reconocido hecho de que la ley primera de la memoria es la asociación, el tiempo que se dedique entonces a meditar marca la diferencia entre una lectura sin beneficio y una en que se fija provechosamente la información recibida, conectándola a hechos conocidos, experiencias vividas, conclusiones e inferencias nacidas del ejercicio del pensamiento. Solo esto convierte la lectura en una fuente de gran provecho.
El más notable pensador cubano de todos los tiempos, José Martí (1853-1895), precursor del modernismo literario hispanoamericano, escribió: “Al leer se ha de horadar, como al escribir. El que lee de prisa, no lee” (5). El “príncipe de los predicadores de Inglaterra”, Charles Spurgeon (1834-1892), posiblemente la influencia más noble de la predicación inglesa en el siglo XIX afirmó: “Se aprende poco y se logra mucho orgullo por la lectura apurada”, (6) y es que todo lo que trunque el pensamiento del que lee o escucha, mutila los aspectos más importante de todo el proceso, que son la comprensión, la aplicación y la fijación de la información.
El Josué bíblico era una persona muy ocupada. Dirigía un pueblo numeroso y no amurallado que marchaba en pro de un asentamiento. La tensión de la guerra era permanente, los recursos para la supervivencia demandaban una escrupulosa administración; era el líder de una nación compleja a la par que ejecutaba las funciones de general en jefe. Fue a este hombre ocupadísimo al que se le ordenó, como a ningún otro, la meditación en la Palabra de Dios, cuando se le dijo: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Jos. 1:8).
De la pluma inspirada del salmista leemos: “En tus mandamientos meditaré; consideraré tus caminos” (Sal. 119:15); “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Sal. 119:97). Tal práctica es tan importante, es de tan rotundo provecho que el celebérrimo Dick Eastman en su popular obra La hora que cambia el mundo consideró la meditación como uno de los doce tiempos de la oración (7).
El desbocado dinamismo de la sociedad moderna nos propone la prisa en todo, como un estilo de vida, en aras de redimir el tiempo. Premonitoriamente el poeta inglés Charles Lamb (1775-1834) advirtió al hombre de hoy: “La prisa es del diablo” (8). Más que eso, afirmamos nosotros, la prisa no es del diablo; la prisa es el diablo mismo.
Pensar es importante. Cuando no se piensa las cosas pierden significados, la lectura es infructuosa, no se fijan los contenidos leídos, finalmente se estresa el ánimo, como si no fuera suficiente ya con las presiones de la vida. Diferentes personas tienen diferentes ritmos de pensamientos, unos necesitan más tiempo que los otros, lo que no los coloca en un punto de deferencia en la escala de rendimiento mental. Desde la perspectiva que nos brindan los rasgos naturales que el Creador nos dio, usemos el tiempo propio, de pensamiento sosegado y calmado; usemos la dinámica individual, y no la que nos impone un mundo despotricado por la ansiedad. Un ser humano promedio que horada con mesura en la lectura que hace, es capaz de fijar profundamente los contenidos leídos, alcanzar conclusiones brillantes y vivir el disfrute de ideas nobles, y esto lo puede lograr con una inteligencia mediana, aquella que está en la mayoría de los humanos, la que reconoció en sí el hombre que partió en dos la historia de la medicina: Louis Pasteur.
Frisando la tercera edad y tras medio siglo de lectura intensa, me permito disentir de las escuelas que promueven la estéril e irreflexiva lectura rápida. Si no lee despacio, si no medita, no ha leído.
__________
(1) Howard Hendricks, Enseñando para cambiar vidas, Miami: Editorial Unilit, 2003, p. 27.
(2) Cristian Vázquez. El Diario.es. Consumo claro. “Técnicas de lectura rápida, ¿funcionan o son una estafa?” https://www.eldiario.es/consumoclaro/ahorrar_mejor/funcionan-metodos-lectura-rapida_0_658634224.html Publicado el 26 de junio de 2017. Accedido el 5 de junio de 2019.
(3) Hannah Sander. “Consejos de "superlectores" para leer más rápido” BBC. News. Mundo. https://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/01/160111_finde_cultura_consejos_lectura_rapida_ac Publicado el 16 de enero de 2016. Accedido el 5 de junio de 2019, 10:40 AM.
(4) Ibíd.
(5) José Martí, Fragmentos, No. 20; Obras Completas, t. 22, p. 320, Centro de Estudios Martianos, ed. electrónica.
(6) Helmut Thielecke, Encounter with Spurgeon, Filadelfia Fortress, 1963, p. 197.
(7) En Amazon: https://www.amazon.com/Hour-That-Changes-World-Practical/dp/0800793137/ref=sr_1_1?keywords=dick+eastman&qid=1566408096&s=gateway&sr=8-1
(8) S.a. Frases de Famosos. “Frases de Chales Lamb”. https://citas.in/autores/charles-lamb/ Accedido el 18 de agosto de 2019, 1:27 PM.